Marzo. Tiempo de volver a las actividades que nos suelen marcar la rutina del año: nuestro
trabajo, colegios, universidades, etc. Tiempo además de empezar a hacer realidad nuestros planes
estratégicos para 2023 y quizá hasta alguno de esos “buenos deseos” que formulamos con el
abrazo de Año Nuevo tanto en lo personal como en lo profesional. Y en eso, además de tener un
“SuperLunes”, marzo tal parece que es un buen “SuperMes” para recoger y activar nuestros
pendientes del 2022.
La calidad asistencial de nuestro país se encuentra ad-portas de un nuevo salto en la forma en que
entendemos la gestión de cada institución, las cuales habrán de conducir todos sus esfuerzos para
lograr el mejor resultado sanitario posible sobre el paciente, al menor costo, con la máxima
seguridad y evaluación de experiencia en su viaje al interior de nuestros centros de salud.
En el último XI Encuentro de Calidad en Salud organizado por la Superintendencia de Salud en
octubre del año pasado, la autoridad se refirió a los pasos que ya se han comenzado a dar en
materia de un nuevo Modelo de Acreditación de prestadores. La buena noticia es que revisando lo
logrado desde que se implementó la garantía de calidad como exigencia en el año 2016 a la fecha
contamos con más de 700.000 profesionales certificados en el registro que permite dar fe pública
de que cuentan con un título para ejercer y las competencias para hacerlo; mientras que existen
760 centros prestadores acreditados (65% privados y 35% públicos). Además de ello, junto al
creciente interés de diferentes instituciones por acreditarse aún cuando la garantía de calidad no
se los exija, es importante notar que de todos aquellos prestadores que se acreditaron una vez,
hay 308 que ya pasaron por un segundo proceso, y tenemos a 45 que ya pasaron por un tercer
proceso, sobrepasando el máximo umbral que pide el estándar actual, incluso atravesando
condiciones tan adversas como la pandemia COVID19.
Como sabemos, el modelo actual de Acreditación se basa en ámbitos, es decir evaluar aspectos de
la gestión de calidad que se consideraron como críticos y mínimos viables a través de la
verificación en ciertos puntos o unidades de los establecimientos. Y, en términos de indicadores
de calidad, se les pidió a los centros que autodefinieran qué medir junto a sus propios umbrales de
cumplimiento, todo bajo sus propios criterios. Muy poco asociado a la calidad percibida o
experiencia del paciente. Y nada aún en relación al output sanitario.
Aunque es de justicia reconocer y agradecer que gracias a este esfuerzo la calidad se ha ido instalando de una u otra forma en la agenda directiva de diversas instituciones, llegados a este punto hoy nos damos cuenta que la evaluación ha venido replicando la lógica Tayloriana de nuestros organigramas basados en funciones, y que tiende a provocar una cultura de búnker en donde cada unidad clínica o administrativa ha ido tendiendo a esforzarse por “evitar ser el culpable dentro de la organización de fracasar en una prueba”, más que de aportar a una verdadera atención centrada en las personas, desde una mirada de mejora continua.
¿Qué podemos hacer?: mucho. Si bien la mala noticia es que seguiremos organizados “por funciones”, la buena es que directivos y encargados de calidad habremos de gestionar nuestros establecimientos por procesos, teniendo que re-entender la organización bajo la lógica del viaje del paciente y de cómo atraviesa nuestros organigramas, siendo un verdadero trazador. Nota aparte, por cierto, será el importante cambio de paradigma que las entidades acreditadoras tendrán que incorporar, para evolucionar en la metodología de evaluación en terreno. Será una verdadera transformación para que tod@s los miembros del equipo de salud (tanto clínicos como administrativos) evolucionemos también hacia “sabernos y entendernos como parte de un todo” en donde cada una de nuestras acciones
especializadas irán contribuyendo hacia el resultado sanitario esperado.
Como buen Ingeniero, y emulando las tradicionales leyes de la mecánica clásica de Newton, puedo
decir que si te atreves a mirar tu institución por procesos, podría proponerte reconocer e
introyectar colectivamente otras tres, en función de lo que hemos aprendido en la última década:
a) Primera Ley: Las acciones de salud no pueden garantizar resultados, deben aspirar a
maximizar la probabilidad de éxito de una intervención sanitaria.
b) Segunda Ley: Dada la naturaleza probabilística de los resultados sanitarios, a mayor
continuidad asistencial, mayor probabilidad de éxito.
c) Tercera Ley: No podemos organizarnos por procesos, pero sí gestionar el viaje del paciente
para alertar posibles fallos e incorporar mayor valor a través de KPI comunes.
Si a estas tres leyes, pudiéramos agregar el tan olvidado “factor humano” en términos de que el
delivery del proceso esté fuertemente teñido por detalles (tanto físicos como conductuales) que
denoten el respeto por la dignidad de quien tenemos al frente, en donde hayamos cambiado la
jerarquía de la profesión por la del conocimiento y en donde los pacientes logren reconocer una
genuina empatía por su bienestar más que por su salud, entonces podremos decir que esta
segunda fase de cambio en calidad asistencial que nos propone la Superintendencia de Salud
habrá concluido.
Demás está decir que desde SOCCAS continuaremos estando allí donde se necesite. No hay vuelta
atrás, se nos “apareció marzo” y enhorabuena que así sea para que junt@s avancemos en la
transformación de nuestro sistema de salud en beneficio de la comunidad.
¿Te das cuenta?… Marzo sí es un SuperMes.
Benjamín E. Carrasco Sánchez
MBA- Ingeniero Civil Industrial
Past President SOCCAS